Hijo te Amamos

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lunes, 10 de enero de 2011

Un Rayito de luz


¿podrá ser?, los nervios hacen presa de mi y las horas pasan más lentas que nunca...

sábado, 8 de enero de 2011

Duele


Hace tres o cuatro días me encontré en mi teléfono celular una llamada "perdida" de una compañera del curso de Escuela Para Padres. Me ganó la curiosidad y le marqué, después de los saludos de rigor me suelta lo siguiente: "Les llamé para invitarlos a comer el domingo... voy a bautizar al niño".
Agradecí el gesto de camaradería y de seguir manteniendo al grupo unido, de intentar continuar con lo que nos dijeron los psicólogos que nos impartieron el curso: ser una red de apoyo.
Sin consultar a Pedro, quien ese momento no estaba en casa por encontrarse trabajando, acepté ir a la fiesta, de alguna manera me sentí con el deber de hacerlo ya que a su primera invitacion, hecha hace meses, la rechazamos por tener que salir de la ciudad por cuestiones laborales.
Ella, entusiasmada, me agradeció el que aceptáramos acompañarlos y me dio la dirección del lugar donde se va a realizar la fiesta para celebrar el acontemcimiento.
Al colgar el teléfono sentí una mezcla de emociones: Alegría de ser parte de ese grupo, de volverlos a ver, de reencontrarnos... pero también dolor. Sí, dolor.
Recordé la última vez que acudimos a una reunión con ellos, fue cuando fuimos a conocer a la hija de los compañeros a los que invitaron a un programa de televisión para darles la noticia de que ya erán papás de una bebé (una disculpa, todavía no le encuentro el modo realizar los enlaces para que sepan de qué post hablo).
Ese día, aunque todos fueron amables, hubo un momento en que nos sentimos excluidos... fuera de lugar.
El curso lo hicimos varios grupos, en el nuestro eramos siete parejas y al empezar sólo una ya tenía al niño (es sobrino del que ahora es su papá), durante los meses que estuvimos acudiendo a las sesiones recibieron a sus respectivos hijos dos parejas más (una de ellas la del bautizo del domingo) y cuando ya había acabado el curso los que acudieron a un programa de televisión para recibir a su bebé.
En esa última reunión a la que asistimos acudieron parejas de otros grupos que quisieron unirse al nuestro, todos con niños y algunos que ya van por la segunda adopción. Llegó un momento en que la plática se centró en los bebés: que si la sillita para el coche, los pañales, la leche, el baño, etcétera y lo que pasó fue que las tres parejas que seguimos en espera, casi al mismo tiempo nos despedimos y nos fuimos.
Nosotros decidimos ir al cine, nos subimos al coche y no hablamos durante un rato; cuando lo hicimos los dos coincidimos en que nos dolió, nos sentimos excluidos de una charla en la que no sabíamos, ni teníamos nada qué decir.
Entiendo que mis compañeros estén felices y entusiasmados con sus hijos, que se emocionen y compartan sus experiencias y me da gusto por ellos, porque ya alcanzaron su sueño... pero al mismo tiempo me duele y reconozco que ¡mucho!
Porque yo también quisiera tener a mi ángel, saber lo que es tener que buscar la fórmula de leche que deba tomar por todos los centros comerciales y farmacias hasta encontrarla, lidiar con pañales, llantos, berrinches y risas.
Aunque no lo hemos hablados las tres parejas que faltamos por tener a nuestros hijos, sé que nos sentimos igual, que no fue casualidad que deciéramos irnos cuando, estoy segura que no fue a propósito, nos excluyeron de la charla y nos sentimos ajenos a ese entusiamos y alegría de saberse y sentirse padres.
Hoy, lo confieso, me duele hasta ir a escoger el regalo que voy a llevar al pequeño bautizado porque no tengo idea de cuándo seremos nosotros los que pasemos por esas emociones... ni siquiera sé si lo viviremos algún día.
Confío en que sí, deseo que nuestro ángel nos está esperando en algún lugar y que nos encontraremos cuando tenga que ser... pero duele, duele mucho que no esté con nosotros y el recibir este tipo de invitaciones a fiestas donde se festeja a los niños y Pedro y yo tengamos que asistir sin nuestro hijo... Ay, cómo duele.

Imagen tomada de la red